Criando un huérfano


Aún tengo viva en mi memoria el primer potrillo que tuve que criar huérfano.

No recuerdo la madre, si sé que era tordilla, y que murió pocos días después de parir.

El potrillo era una ternurita.

Alazán, chiquito y muy vivaz.

Empecé a preguntar que hacer, no tenía una vaca a mano ni otra yegua que pudiera amamantarlo.

 La solución, en ese momento, 1 a 1 mediante, era comprar leche en cartón, y alimentarlo con eso.

Busqué las proporciones adecuadas de dilución, para que no le provocara cólicos.

Adquirí además, un termómetro de cocina, a fin de poder controlar la temperatura exacta y un despertador, ya que debía ser alimentado cada dos horas al inicio.

Esa primera noche fue agotadora.

Cada dos horas, me levantaba, diluía y calentaba la leche y me iba hacia los boxes.

A veces tenía hambre y otras no, lo que era aún más frustrante.

Con los días le fui tomando la mano, y mejoramos la relación.

A las semanas, el potrillo se metía en la cocina donde le preparábamos su alimento cada vez que tenía hambre.

A los tres meses, cuando comenzó a pellizcar pasto, y aprendió a comer granos lo desteté.

Lo crié y lo vendí.

La enseñanza grande vino a los dos años de haberlo vendido.

Me llama el dueño, si lo podía revisar, ya que corría poco.

Cuál no fue mi primera sorpresa cuando lo vi.

Era una bestia de casi 480 kilos.

La segunda sorpresa fue mucho menos agradable.

Era imposible tratarlo.

Tenía todos los vicios.

Mordía, pateaba y manoteaba.

Y si no se salía con la suya te encerraba.

Más tarde aprendí, que en el caso de los huérfanos, lo ideal es no socializar demasiado con ellos cuando aún son muy pequeños.

En algunos casos, le pierden el respeto a las personas, y te tratan de igual a igual. Como te podrás imaginar, no es un trato justo.

Si estás teniendo que criar un huérfano y necesitas ayuda no dudes en enviarme un WhatsApp y con gusto te daré una mano.

Abel F. Bacigalupe 

Especialista en Educación Universitaria con Orientación en Ciencias Biológicas y Veterinarias